El chavismo atraviesa por una de sus peores crisis desde que tomó el poder en Venezuela en 1999. El señor Nicolás Maduro se hunde en el descrédito, y cada día afronta un creciente aislamiento internacional, sobre todo en el contexto del continente americano.
Si la condena que recibió en la OEA por parte de 11 naciones de la región no fue mayor, tal vez se haya debido a la dependencia del petróleo venezolano que aún mantienen varios países caribeños.
Los gobernantes cubanos se sienten intranquilos ante esa situación. No solo por los estrechos lazos económicos que unen a La Habana y Caracas, sino también por lo que significaría para la ya maltrecha izquierda latinoamericana la salida del chavismo del escenario político venezolano. Quizás represente el fin de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de las Américas (ALBA), y de otros mecanismos creados por esa izquierda recalcitrante.
La preocupación cubana se puso de manifiesto una vez más por boca del mismísimo Raúl Castro. Durante una inusual reunión con los jefes municipales y provinciales del Partido Comunista de Cuba (PCC), el verdadero hombre fuerte de la nomenclatura castrista —allá los ilusos que imaginaron su retiro de la vida política tras la asunción presidencial de Díaz-Canel— apuntó que «ante cualquier coyuntura internacional adversa, Cuba seguirá luchando y defendiendo sus principios».
Una sentencia que guarda similitud con aquella lamentación expresada por Fidel Castro cuando ya era inminente la debacle del sistema comunista en la Unión Soviética y demás naciones de Europa oriental que giraban en torno a la órbita de Moscú. En esa ocasión el mayor de los Castro les anunciaba a los cubanos que tendrían que apretarse el cinturón, y capear solos el temporal que se avecinaba. Ahora el general de cuatro estrellas parece hacer otro tanto con respecto a la posible salida de Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores.
Y como mismo sucedió en los años 90 de la pasada centuria, uno de los síntomas de la intranquilidad castrista se manifiesta en el recorte del suministro de petróleo para garantizar las actividades económicas y los servicios esenciales a la población.
Un recorte que ya se viene apreciando en la generación de la energía eléctrica. Aunque las autoridades se niegan a reconocer oficialmente la existencia de apagones, en los últimos días los habaneros —y si es así en la capital, qué dejaremos para el interior del país— hemos sufrido la falta de fluido eléctrico en el horario diurno, como para que no llame tanto la atención. Un día le toca a un barrio y otro día al otro.
La inminente escasez de combustible ha llevado también a las autoridades a limitar ciertos servicios de transportación. Hasta el momento han tratado de no afectar demasiado el transporte público. Sin embargo, sí se aprecia en los vehículos encargados de recoger la basura de las calles.
Ya el triste panorama de las jabitas de nailon salidas de los contenedores de basura y desparramadas por los alrededores no se circunscribe a los barrios periféricos como Alamar, Arroyo Naranjo y otros por el estilo. Ahora hasta zonas cercanas a la emblemática Plaza de la Revolución, en el municipio de igual nombre, se han convertido en vertederos de basura debido a que los camiones de la Empresa de Servicios Comunales no la recogen con asiduidad.
Entonces se aparece el señor Roberto Morales Ojeda, ministro de Salud Pública, expresando que ha aparecido un nuevo tipo de diarrea en el país. Durante las recientes sesiones de la Comisiones Permanentes de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el ministro —promovido últimamente a las altas esferas partidistas y gubernamentales— afirmó que ya las diarreas no eran producidas por la mala digestión de los alimentos, sino por la contaminación de moscas y roedores que pululan en esos desbordados basureros.
Solo habría que agregar que el problema no solo consiste en preocuparse por esa situación, sino, y sobre todo, por ocuparse en su erradicación.
Tomado de DC