La chivichana
– Un buen par de cajas de bola y aunque sea otra de medio palo, dos o tres palos largos, alguien que nos consiga un parlet que no esté podrido, Ramoncito tiene las puntillas -…Así hablan tres niños en una esquina de La Habana. La tradición de la chivichana continúa viva, no importa si existe el WiFi, el Xbox, el Wii y todo lo nuevo que se invente. Nunca se podrán reemplazar en Cuba los juegos tradicionales donde los niños pueden interactuar entre sí. Y no pocos lo agradecemos…
La chivichana es el «primer carro» de todo niño. No necesita chapa, ni pasa por un somatón. La licencia la va adquiriendo el «conductor» con las habilidades que logra. No se necesita tampoco de un taller de mecánica especializado para las reparaciones, el dueño y los colegas garantizan su funcionamiento. Hay pocos juguetes que los niños sientan que deben compartir como la chivichana. La chivichana de uno es la chivichana de todos. Montar chivichana en solitario sería muy aburrido.
Lo único que hay que buscar es una calle empinada, lo demás es una fiesta. Loma abajo, como dicen los viejos «hasta los santos ayudan». Casi nunca se tiran de uno en uno, a no ser que casi todos tengan su propia chivichana. De dos en dos la algarabía es mejor. Cuando las ruedas avanzan todos los regaños se volatilizan, ni hay miedos ni hay leyes. La alegría compartida a toda velocidad, la inocencia y audacia de la niñez, son recuerdos que no se borran nunca. Un buen empujón y comienza de nuevo el viaje.
Autor: Fanny Laferté Zarza