Mi querido P4…
Aquí voy, no se puede titubear cuando de abordar la guagua se trata. Paró un poco despegado del conten, pero peor es que te pare encima de un charco y se te aneguen los zapatos. Ah, mi querido P4 tanto tiempo esperado!. Ves? Solo dos peldaños y ya estoy encima. El chofer me mira fugazmente mientras abono el pasaje, sin embargo yo me detengo a mirarlo un poco. Es un personaje…los zapatos están secos y lustrados (y eso que amanecio lloviendo), el pantalón sin una arruga, y un pañuelo de bolsillo cubre el cuello de la camisa, también planchada, con un par de presillas yen.
Cambia con un movimiento rápido la música del curioso equipo-híbrido-sonoro que ameniza el espacio del ómnibus. Quitó a José José para poner a Marco Antonio Solis… ahora si!. Algunos tararean la canción, otros se ponen velozmente audífonos con la cara muy seria. Yo lo observo todo con curiosidad. Los más jovencitos encienden el nuevo invento: el minireproductor de sonido amplificado al que se le conecta una memoria flash y…pam!, música para todos a buen volumen!. Claro, esta vez lo que resuena es un regueton vibrante y constante. Entre las notas de «Penelope» retumba el estribillo «hasta que se seque el malecón» y hay quien hasta baila. Lo que no se distingue bien con cuál canción. Todo un ajiaco musical el P4.
Cuando miro bien hay aproximadamente un ochenta porciento de hombres sentados contra el veinte de mujeres de pie. Nada, la igualdad de los sexos a nivel social se presta para muchas cosas…Para dejar de filosofar miro hacia la calle, pero el llanto de un bebé me trae de vuelta al ómnibus. La madre de la criatura busca un asiento, ya no está en la categoría de embarazada, pero como no hay asientos para recién paridas…Al final tiene que pedirlo directamente a una persona, que al ser emplazada, no le queda más remedio…Se montan estudiantes, médicos, albañiles con pala y aljibe incluidos, aspirantes a músicos, pienso, por el volumen conque cantan «hasta que se seque el malecón», tanto que se ahoga la voz de Marco Antonio con Penelope y todo.
De repente rompe a llover y la gente comienza a cerrar las ventanillas. Llueve con tal fuerza que podríamos mojarnos. Dentro de un rato habrá menos oxígeno, pero eso si, llegaremos secos a nuestra parada. Se vuelven más repetidos los » chofe, dame un chance» y los atemorizados gritos de «chofe, parada!», y ya nadie tararea, es más, ya nadie sabe ni qué canción van oyendo. Estudiantes alegres, trabajadores, viejecitas y viejecitos simpáticos, niños de todas las edades, viajamos juntos en este ómnibus urbano para llegar a destino. Ya a la altura de 70 y 19 se despeja bastante de personas la guagua.
Pudiera sentarme, pero solo me quedan tres paradas… No importa, un ratico es un ratico. Ya casi llego. Qué bien! Escampo algo y ya la gente abre las ventanas…oxígeno…entra por las ventanillas y canta Willy, pues el chofer acaba de cambiar la música… Ya casi llego…agradecida a mi querido P4.
Autor: Fanny Laferté Zarza