La Habana amaneció mojada. Fuertes lluvias desde ayer ensopan sus calles, sin embargo, con todo y agua, mantiene su encanto. Las avenidas de alcantarillas antiguas ahogan los tobillos de los transeúntes, que a duras penas logran caminar a contracorriente.
Pero se dibuja en la gente la empática sonrisa de quien está calado hasta los huesos de esta lluvia y de esta Habana nuestra que aunque dejemos de ver dos, tres, treinta años siempre nos recibe, agitada y dulce, prometiéndonos una jornada mejor. Esta es la Habana de los optimistas a toda prueba, de los viajeros asombrados con su primera estancia, de la migración interna y de los eternos migrantes que, si habaneros de cuna, jamás podrán tener otra capital. Esta Habana mojada se nos antoja más limpia aunque se arrastre loma abajo toda la hojarasca de diciembre.
No importa que no se seque la ropa, que los comerciantes sequen continuamente en piso de su negocio o que en el autobús no quepa una persona más. Esto es la Habana, y quien no haya descubierto su magia lo invitamos a hacerlo. La Habana no apura a sus admiradores, se regodea en ellos.
Quizá habla la pasión de los habaneros en este artículo, pero no puede ser de otro modo. Aquí hemos amado, hemos confiado, hemos estudiado y hemos trabajado. Aquí nacen nuestros hijos, de aquí se van, hacia acá vuelven, sentimentales y agradecidos, eternamente en deuda. Como no amar esta ciudad hecha de mar y espuma, de mulatas y pregones, de corsarios y piratas, canciones, leyendas, tradiciones y recuerdos?. Esta ciudad linda que hoy amaneció anegada y que otras veces es un espectacular baño de sol. Y es que la Habana también es su gente.
Es el alboroto de los niños de camino a su escuela. El viejo de la esquina que siempre esta ahí vendiendo periódicos; no sabemos su nombre, pero nunca faltan sus buenos días mañaneros. La señora que mira su reloj constantemente porque va atrasada al trabajo y camina por la Rampa como una exhalación. El vendedor de maní. El trasnochador ausente de casa, que regresa feliz y soñoliento contando las cuadras que le faltan para llegar. El impedido que siempre encuentra una mano que ayuda, ampara y trasciende. Esta es mi Habana, y aunque no tenga un no se qué glamour que espera no se quien…!que bueno es verla todos los días!.
Que bueno es empaparnos los pies con esta lluvia que baja hacia el mar. Que exquisito deleite sentarnos en cualquier parque a leer un libro. Que especial encontrarnos con un amigo en cualquier esquina y casi sin hablar chocar con ese abrazo potente, capaz de exorcizar las penas más duras y que nos hace la vida más llevadera.
A veces pienso que la Habana contiene la magia de mi vida toda, y mas que mis amigos o mi madre, sabe todos mis secretos, pues me ha prestado cada pedazo del malecón para enseñarme que el mar es anchuroso como el mundo. Me ha dejado conocer su gente. Me pasea a diario por barriadas y lugares que aún sigo conociendo. La Habana es inagotable, es una semilla, un puente, un río. El refugio infinito para los que la andamos y para los que sueñan, muy pronto, volverla a andar.
Autor: Fanny Laferté Zarza