Cuando se habla de la década de los 80 del siglo pasado en Cuba, la expresión “te acuerdas de…” adquiere total sentido. Y es que estos años fueron de bonanza frente a las constantes dificultades que aún enfrenta el país.
La cosa no estuvo tan apretada como en los 90. En relación con el contexto económico mundial de la época tuvimos un respiro. Tampoco fue lo mejor en comparación con lo que otras sociedades habían cosechado para sus ciudadanos.
Los cubanos añoran la época y en ocasiones se ríen dulcemente de lo que una vez pudieron disfrutar y que se extinguió como los dinosaurios.
Cuando varios criollos se reúnen en una esquina, pues parte de la conversación contiene referencias a los famosos muñes rusos, los pimientos curtidos en conserva, las frutas, el papel cartucho y la lavadora Aurika.
Asimismo, la mayoría de los cubanos vestían los mismos modelitos de ropa. Era común ver las piezas repetidas y los mismos colores desfilando en una plaza.
El compañero de batalla frente al intenso calor, el ventilador órbita. En las bodegas vendían manteca y la ropa podía comprarse por cupones, al igual que los juguetes. ¡Qué cosas vivieron los cubanos!
Otros recuerdan con fervor lo que daban en fechas festivas. Por ejemplo, el día de las madres les regalaban un cake inmenso, en las jabas había vino, caramelos, raspadura, galletas y leche condensada.
Todo esto ya es historia, al igual que los quicos plásticos que acompañaron a tantos becados en aquel tiempo. El pantalón Zingaro, la camisa bacteria, las hebillas con perlas y los zapatos de charol. ¡Qué decir de la nostalgia por la carne rusa!
Sin dudas muchos recuerdan esta década con añoranza, sin embargo, una parte del pueblo luchaba en Angola y otra se lanzaba al mar en busca de un futuro mejor.
No es de los ´80, es de los ´90. Una forma dura de poder solucionar los graves problemas del transporte que vueron solucionandose con el pasar del tiempo, aunque aun quedan cosas por resolver. En los años noventa, sin tocar los últimos dos, Cuba tenía total apoyo del CAME y los cubanos estábamos tan imbuidos en lo cotidiano que no pensábamos, más allá de nuestras propias narices. Aprendimos de las grandes crisis a levantarnos y luchar.