Señoras y señores, ciudades y pueblos de toda Cuba se llenan de gimnasios. Garajes y patios se pueblan con diversidad de aparatos para hacer ejercicios, desde los más rústicos hasta los más profesionales.
Y es que los criollos con el paso del tiempo han adquirido cultura física y todos quieren verse “en forma” para cuando llegue el verano.
Muchos dueños de gimnasios particulares cuentan con licencias emitidas bajo el nombre de “Instructor de Prácticas Deportivas”. Por esa licencia deben pagar cerca de 150 pesos cubanos, unos 9 dólares, además de una mensualidad que oscila entre los 300 y 600 pesos, dependiendo de la recaudación mensual. Pero sabemos que donde se hizo la ley, se inventó la trampa.
Existen varias razones por las cuales los cubanos van a ejercitarse. Las principales constituyen la salud y el deseo de mejorar la apariencia personal.
Más que nunca, el cubano quiere tener un cuerpo erguido, repleto de músculos bien firmes. Esto aumenta la autoestima y potencia la energía positiva, fundamental para la realización de cualquier proyecto humano.
Pero en un gimnasio, además de hacer ejercicios, las personas van a socializar. Hay quienes se lo toman bien en serio y realizan tertulias sentados en los bancos que no se utilizan en ese momento. Los temas son variados, desde la chica o chico más interesante, hasta cómo poder ejecutar un movimiento.
La imagen del intelectual como un individuo delgado, de pelo largo y aspecto lánguido ha desaparecido en la Isla. En nuestros gimnasios, hay una fuerte presencia de estudiantes universitarios y profesionales de diversas disciplinas. Todos buscan bienestar y verse “de etiqueta”.
En estos espacios confluyen personas de diversas edades. Están quienes les encanta hacer “topes” para probar fuerzas, aquellos que alardean de sus habilidades, los que observan, quienes de verdad hacen ejercicios, los que dejan caer las pesas (regaño incluido), además de otra serie de personajes que serán protagonistas en otros materiales.