El granizado
Presente en cada barrio de la Habana está el carrito del granizado. Pletórico de botellas transparentes llenas de colores, como si alguien hubiese inventado cómo embotellar el arcoiris. Todos los sabores se dan cita: fresa, mantecado, menta, piña…Debajo, en eterna pugna con el sol tropical y perdiendo siempre irremediablemente contra él, espera el hielo, ya no tan frapé como antaño, pero hielo al fin. Derritiendose en pequeños riachuelos transparentes.
El vendedor de granizado también lucha contra el sol protegido por un sombrero o una gorra, y la bienhechora sombra de algún arbol frondoso. Vasito desechable en mano, el granizadero no pierde un minuto para llenarlo de hielo picado y preguntar: de que sabor?. El granizado ha transitado por nuestra historia, pero sin dudas llegó para quedarse. Del vasito improvisado de papel hasta el socorrido «vasito plastico desechable» (para todos nosotros reutilizable). Desde el precio de un peso hasta el actual de cinco pesos, con los mismos ingredientes, ha levantado su autoestima y valor.
El abrazador calor tropical se encoge de hombros ante nuestra sed y las gargantas sedientas corren a buscar socorro en la bebida más emergente que encontramos en la calle: el granizado. Y el marketing del granizado es efectivo: no hay necesidad de entrar a ningún lugar, se puede consumir mientras se conversa y se pasea, las colas del granizado son las que más rápido «caminan», no llena pero evita desmayos, sobre todo en agosto.
En fin, una buena lista de bondades a la urgencia de líquido que demanda el clima del trópico, explicaciones que la alta cocina no entendería. Un rápido aporte de azúcar al organismo para continuar la marcha hasta el próximo destino. Un guiño al estómago y un entretenimiento al paladar.
Autor: Fanny Laferté Zarza