El viajero del tiempo
Son las seis de la mañana y el alba comienza a esbozarse tímidamente tras los altos edificios de la ciudad. Los trabajadores más mañaneros se asoman a las avenidas forrados de ropa de cabeza a pies. El trópico sempiterno no se acostumbra bien a este invierno que ha llegado con frío, con lluvia, y hasta con inundaciones. Los conocidos se saludan. Otros van llegando a la parada y algunos siguen a pie porque tienen la suerte de vivir cerca del trabajo.
Muchos esperamos ese salvador con neumáticos que nos lleve a nuestro destino: el almendron. Chevrolet, Plymouth, Cadillac, Pontiac, Chrysler, Studebaker, Oldsmobile, Ford, mencionar todas las marcas que continúan circulando sería una tarea larga, de coleccionista.
Existe todo un museo rodante transitando por nuestras calles y avenidas. Con nostalgia y con orgullo andan, ronroneando, recorriendo sin descanso los mismos tramos de ciudad. A veces un humo negro contaminante se mezcla con la neblina de la mañana y deja un trazo serpenteante cual dibujo infantil unido por puntos.
Como grata remembranza del pasado siguen acudiendo a nuestro llamado, con sus elegantes portezuelas que ahora llevan el recordatorio «NO TIRE LA PUERTA». Más allá de la travesía nos queda la experiencia de estar sentados en el interior de autos que fueron época, marcas que fueron líderes de la industria automovilística de su tiempo.
Los choferes cuidadosos, ufanos, exhiben con orgullo los asientos casi nuevos, los motores casi originales, las llantas niqueladas y carrocerías que, en ocasiones, no se han picado en casi medio siglo. Joyas de la ingeniería mecánica, artificios de la imaginación, están aquí para salvarnos las horas, los minutos y los días.
Para que lleguemos a tiempo, para que seamos educados y corteses, para que veamos cuan bella es nuestra ciudad y disfrutemos de esas formidables máquinas del tiempo que nos acompañan a pesar del avance indetenible del almanaque y los vaticinios de su extinción: «los almendrones»
Autor: Fanny Laferté Zarza