Quien visita la capital de todos los cubanos, puede percatarse de los llamados “balcones habaneros”. Y es que es típico de la ciudad, el espacio donde los vecinos de La Habana socializan y divisan la belleza citadina. Verdaderos canales de comunicación.
Dichos balcones son como las cejas de la ciudad, contribuyen a dibujar la expresión de La Habana, de Cuba. Esta puede ser divertida, desenfadada, opulenta o triste.
Hay otra Habana cerca del cielo. Esa que, si no alzas la vista, puede que pase inadvertida. Si vas por las calles y no te detienes, te perderás esa otra ciudad que asoma a los balcones, cubriéndolos de ropa, de plantas, amor, desdichas y algarabía.
Pero mucho cuidado, hay que observar desde cierta distancia. Los balcones pueden abalanzarse sobre ti, cayendo desenfrenadamente sin previo aviso.
Los balcones desbordan la identidad de la Isla. Aquella mulata en blusa, sin ajustadores, tendiendo las prendas recién lavadas a mano, la anciana velando la calle, los hermanos “echando” una partidita de dominó, el niño llamando a su socio del lado o la joven modelo acariciando su pelo mientras divisa al chico que camina bajo sus piernas.
¡Qué decir de los guardavecinos! Esos abanicos de hierro que delimitan los balcones corridos, constituyen fronteras decorativas entre hogares diversos, con sus historias, alegrías y tristezas. Lugar por donde ambas vecinas comparten el poquito de azúcar, café o los “cuentos” del día.
Los balcones han sido y son testigos de las palabras más grotescas y fuertes, así como de los cubos con agua sucia y conjuros hacia quien no resulta de agrado. Ellos guardan la historia, almacenan palanganas, macetas, mesas, bicicletas, jaulas casi deshechas y artefactos inutilizables de quienes los han habitado.
Acogen episodios de amor y desamor. Ellos todavía conservan a sus Julietas habaneras esperando a sus amados desde lo alto, pero esta vez escuchando en sus teléfonos lo último de la música cubana e internacional. Realmente, cuando visites La Habana, dedica un tiempo a levantar la vista y descubrir esa otra ciudad que yace a lo alto.